El infierno de los perpetradores

    • Fecha:14-11-2017
    • Hora:19:00
    • València
    El infierno de los perpetradores

    Desde la Primera Guerra Mundial, la figura de la víctima se ha convertido casi en sinónimo de memoria y, más especialmente, de memoria traumática. Soldados primero; después, población civil, por último, supervivientes de comunidades nacionales, religiosas, étnicas o ideológicas, todos ellos fueron objetivos de violencia sistemática a medida que la práctica de la guerra total y los conflictos irregulares fueron sustituyendo a las guerras convencionales. En consecuencia, los supervivientes de estos grupos actuaron como soporte(s) de relatos e imágenes. Este estado de cosas ha cambiado considerablemente en las últimas décadas debido a varias razones: primero, la sospecha creciente ante una especie de fosilización de las memorias, que ha producido patrones repetitivos y estáticos; en segundo lugar, la generalización de la victimización, con la consecuencia inevitable de la competencia entre víctimas; en tercer lugar, la vindicación de la victimización en algunos grupos religiosos, nacionales o étnicos, que ha dado lugar al uso de la violencia y del terrorismo en una clase de violencia reactiva. Por consiguiente, la victimización está actualmente lejos de ofrecer un salvoconducto indiscutible. 


    No es una sorpresa que el cuestionamiento de esta figura haya sido contrarrestado por la creciente atención que presenta otra figura, más misteriosa y con varios rostros: el perpetrador. Conceptos como la “banalidad del mal” (Hannah Arendt) o la “zona gris” (Primo Levi) nos muestran que el origen del interés en el perpetrador data de muy lejos y tiene una historia considerable, tanto en el dominio de la filosofía y la literatura como en las ciencias sociales. Pero dondequiera que volvamos para trazar el origen de este itinerario, debemos reconocer la interacción íntima entre el declive de la víctima como encarnación indispensable de la memoria y la creciente relevancia del perpetrador, ambas combinadas con la identidad confusa representada por la figura del testigo. El siglo XXI ha presenciado una intensificación de esta preocupación, no solo en relación con personajes contemporáneos, sino también con respecto a los del pasado.

    Por consiguiente, el perpetrador ha emergido como un tema renovado de interrogación y, al hacerlo, esta aparición cuestiona los instrumentos de nuestro entendimiento. Considerada necesaria para completar el esquema del acto criminal, la imagen del perpetrador, mirada y relato contribuyen a la comprensión de un actor imprescindible para el ejercicio de cualquier tipo de violencia genocida. Ciertamente, esto va acompañado en ocasiones de un halo de fascinación. La razón descansa en el hecho de que la figura en cuestión ya no se concibe como el gran criminal que planea ideológica o técnicamente una masacre o aniquilación, sino ejecutores corrientes que, antes y después del crimen, llevan vidas corrientes. Así, estas cuestiones ponen el énfasis en algunos puntos clave: ¿bajo qué circunstancias ideológicas y psicológicas (lavado de cerebro, presión de grupo, contexto de guerra…) puede un ser ordinario transformarse en un despiadado asesino? y, para ser más precisos, ¿cómo tiene lugar la actuación que conduce a esta metamorfosis? Otras cuestiones añaden complejidad a la pregunta inicial: ¿qué grado de disociación opera en los seres humanos en periodos de guerras civiles y brutalidad política? Aun así, la reflexión también debe abordar las secuelas de la violencia y la destrucción, como en la pregunta: ¿cómo y hasta qué punto podemos incorporar a algunos de los perpetradores menores en procesos transicionales que siguen a periodos de violencia, terrorismo de Estado o guerra civil?

    Numerosas cuestiones derivan de esto: el precio de la reconciliación en sociedades desgarradas, la desproporción entre los crímenes cometidos y el castigo, si lo hay, de los asesinos de masas, la necesidad de tratamiento psicológico para aquellos perpetradores dañados por experiencias traumáticas, ya que el trauma ha dejado de ser un “privilegio” de las víctimas. Todas estas cuestiones se han convertido en la arena del debate que involucra disciplinas como la psicología, la filosofía del derecho, la sociología o incluso la antropología; y, lo que es más, exigen una respuesta articulada o, al menos, colaborativa. Como consecuencia, enfrentar el estatus del perpetrador implica interrogar la relación entre la sociedad humana y el mal, ya sea considerado este diabólico o banal.

    Este congreso pretende analizar la figura del perpetrador como un problema o un conjunto de problemas, en lugar de considerarlo como un protagonista empírico. ¿Es un cambio del paradigma en juego? ¿O solo un desplazamiento de énfasis? ¿O, tal vez, es un cambio sintomático en la perspectiva del observador? Cualquiera que pueda ser nuestra respuesta, el debate sobre los perpetradores necesita ser elucidado en una relación dialéctica entre víctimas y testigos. Más que como una toma de posesión de los roles clásicos, debemos contemplarlo como una mutación en la constelación de los conceptos.

    Ponentes invitados: Salomé Lamas (Filmmaker); Susanne Knittel (Utrecht University); Rafael R. Tranche (Universidad Complutense de Madrid), Gabriel Gatti (Universidad del País Vasco); Juan Alberto Sucasas (Universidad de A Coruña); Jesús García Cívico (Universitat Jaume I); Ana Carrasco (Universidad Complutense de Madrid); Francesc J. Hernández (Universitat de València); Benno Herzog (Universitat de València); Javier de Lucas (Universitat de València), Cristina G. Pascual (Universitat de València), Jaume Peris Blanes (Universitat de València); Arturo Lozano (Paris-Sorbonne. Paris IV); Ana R. Calero (Universitat de València); Brigitte Jirku (Universitat de València); Daniela Jara (Universidad Andrés Bello/Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social) y Jesús Casquete (Euskal Herriko Unibertsitatea).