Un dietario de un viaje en Nápoles

    Un dietario de un viaje en Nápoles

    La colección Moment Memorialística, que dirige Xavier Serra, de la Institució Alfons el Magnànim, acaba de publicar un nuevo volumen: Spaccanapoli, de Salvador Vendrell, un dietario de un viaje de diez días que hizo en Nápoles el noviembre del 2019 en compañía de su cuñado, Manolo Anaya.

    Tuvieron mal tiempo. Llovió casi cada día y las calles de la ciudad, que tiene fama de ser muy sucia, se convertían en torrentes que arrastraban inmundicias y desechos diversos, entre las cuales paraguas de toda medida y de todos colores. No importa. De vez en cuando amainaba, y Salvador y Manolo se podían dedicar a hacer de turistas. Subieron a alguno de los castillos, con vistas sobre la bahía, visitaron museos y algunas de las más de cuatrocientas iglesias de la ciudad, pudieron contemplar unos Riberas de una gran categoría…

    Antes de comer, se sentaban en algún barecito y se tomaban una cerveza o uno negroni —ginebra, campari, vermut negro y hielo— para hacer hambre. Y comían. Un día comieron búfala con olivas cocinadas, que les gustó muchísimo. Siempre que podían, remataban el trabajo con uno Chivas Regal de doce años. Eso sí, no cenaban. En cualquier caso, solo un yogur ascético o un plátano. Y se retiraban pronto, porque cada día andaban muchos kilómetros. El oficio de turista es muy sacrificado. 

    Hicieron también alguna escapada fuera de la ciudad, como por ejemplo a Pompeya y Herculano. Pero no subieron al Vesubio. Los quedó el pesar de no haberse asomado un poco al cráter para echar un vistazo. A la próxima. 

    La estancia en Nápoles fue plácida: la camorra no los secuestró. Solo una vez, en el metro, intentaron robarle la cartera a Manolo, pero este se dio cuenta a tiempo y todo quedó en una anécdota que ni siquiera merece la pena contar.

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